Hace poco me encontré con un artículo que una mamá había publicado en su blog y me pareció tan tierno como duro. Habla de cómo los hijos olvidarán todo lo que hacemos por ellos pero nosotros siempre nos acordaremos de las cosas que nos han dado. Fue un post precioso que aquí os dejo para que os haga reflexionar como me lo ha hecho a mí: http://mammamia.blogs.elle.es/2016/01/11/los-hijos-olvidaran/
Por eso, tras darle vueltas en mi cabeza, me hice muchas preguntas, y sobre todo, una que me perturba desde que soy madre: ¿porqué en estos momentos, los más felices de mi vida junto a mis hijas, soy muchas veces incapaz de disfrutarlos?
Me imagino que a muchas de vosotras os pasará lo mismo. Yo estoy deseando estar con mis hijas, pero bastan cinco minutos de protestas, peleas, chillidos, y lloros para que me ponga de mal humor, desee que vuelva el silencio, y con ello deje de disfrutar del placer que me produce estar a su lado. Es una sensación agridulce, una sensación llena de contrasentidos y de peleas internas, que me hace sentir culpable y convertirme en una auténtica bruja cuando de verdad lo que querría es abrazar a mis hijas y hacerlas entender lo bien que se está cuando se está bien.
En este post, se contaba como los niños olvidan los esfuerzos de sus padres, pero yo de mi infancia recuerdo muchas cosas. Recuerdo cosas banales, sin importancia, resulta curioso como mi cabeza no se ha detenido en los momentos más cruciales de mi vida, sino en el día a día, en las pequeñas cosas que se convierten en el todo. Recuerdo a mi padre despertándome por la mañana cantándome una canción con la guitarra, las comidas juntos y las caricias de mi madre en el pelo mientras veíamos la tele, sin embargo los recuerdos amargos casi se han borrado, están escondidos y eso me hace un poco más feliz, ignorante quizás, pero más feliz. Por eso ahora me siento presionada e ilusionada al saber que yo puedo crear esos mismos recuerdos en mis hijas. Hacer que su vida sea un poco más feliz, no solo ahora, sino para siempre. Que conserven los recuerdos más bonitos que yo pueda darles, esos momentos cotidianos que tan importantes han sido para mí. Por eso no quiero estar enfadada y que ese sea el recuerdo que conserven.
Observo como el tiempo y la infancia de mis hijas se me escapa de las manos como el agua de un río hacia su desembocadura, y no lo puedo retener (y tampoco debo), es el curso natural de la vida. Pero yo quiero agarrar esos maravillosos momentos con ellas y no dejarlos escapar nunca: sus abrazos calentitos cuando las acuesto, el cuento de por la noche, su mirada llorosa cuando tienen miedo y me necesitan, su manita pequeña que me agarra por la calle, ese mamá interminable y constante que oigo por casa y que tanto me pone de los nervios, incluso sus peleas, porque cuando llegue el silencio es que ellas habrán crecido y ya no seré su heroína, no me necesitarán, no querrán que las bese ni las abrace, incluso querrán estar lo más lejos posible de mí. Por eso, no hay que dejarse arrastrar por el hastío, por el cansancio que produce la maternidad, porque en realidad cuando llegue ese terrible silencio, mis hijas ya no estarán en casa.
Por eso hay que disfrutar cada momento. Quiero crear en mis hijas los mejores recuerdos posibles, lejos de amarguras, tristezas y agotamientos: quiero crear mejores personas de lo que somos nosotros, quizás así podamos creer también en hacer un futuro un poco mejor.