No hay nada más absurdo que las modas pasajeras. Porqué está de moda una cosa es algo que habría que pararse a analizar detenidamente, sobre todo cuando siempre ha existido. Tal es el alcance de las modas que ni siquiera los gustos alcohólicos se han librado de ello: Primero fue el whisky, luego el ron y desde hace unos años pega con fuerza el gin tonic.
Después de escribir varias guías dedicadas al mundo gintonero y sus sedes, muchas de ellas abiertas casi en exclusividad para servir este combinado, hablar con decenas de cocteleros y beber hasta casi adquirir una cirrosis, creo que puedo renegar y decir claramente, sin apenas remordimientos, que lo que se sirve en muchos de los supuestos bares especializados en ginebras es un timo absoluto. Cierto es que el gin tonic nunca me ha gustado y, entonces ¿por qué ese empeño casi vehemente en seguir probando distintas mezclas?, si lo que busco es una especie de cóctel ¿porqué no me pido uno directamente?, o si lo que demando es una buena digestión (clara escusa para poder pedirse un gin tonic tras una comida copiosa), ¿porqué no me pido una sal de frutas y luego elijo el combinado que más me guste?…ahí entra entonces la maña del coctelero de turno. Con una maestría insuperable, que imagino desarrollada con el tiempo y mucha psicología tras la barra, han conseguido convencerme de que los matices de la centena de botellas de ginebras que lucen en sus estanterías son todos diferentes y que hay que aprender a apreciarlos. Packaging estupendos, botellas que guardan elixires a modo de perfumes franceses, decenas de destilaciones y botánicos, y como aderezo, casi una frutería completa y una despensa llena de especias y florituras, por supuesto, todo aderezado por un festival de manos rellenando la copa, agitando tónicas para servirla a presión ,o escanciada sobre una cucharilla para no romper la burbuja. Todo, para ofrecerme una copa que al fin y al cabo sigue siendo ginebra con tónica por mucha fresa y canela que me pongan en su interior, eso sí, al precio de un plato del mejor chuletón de buey del valle del Esla.
En mis largas charlas apoyada en la barra de las coctelerías de Madrid, los cocteleros o “mixólogos”, como se les conoce ahora, me explicaron que tras cinco destilaciones el alcohol casi no adquiere ningún otro sabor, con lo que el resto de destilaciones sirven para incrementar el precio de la botella y la tontería; el llamado perfect serve, es decir, el aliño justo que debe llevar cada etiqueta, no siempre es el mismo, no vale echarle a todo pepino, ni canela, ni bayas de pimienta, e introducir una rodaja de limón en el interior de la copa es un pecado que lleva varios lustros de penitencia, ya que solo se pone la cáscara. Muchas de las llamadas ginebras “para chicas” es decir las que poseen sabores suaves, ni siquiera podrían considerarse ginebras ya que no llevan , ingrediente indispensable en su elaboración. Además, el gran número de etiquetas ginebreras que han aparecido en el mercado en los últimos años es debido a que es un alcohol fácil de producir y que no requiere maduración alguna, con lo que algún ingrediente habrá que echarle para poder diferenciarse de las otras 150 botellas que rondan en las estanterías de los bares.
Los amantes de los gin tonics siguen pidiendo el combinado de siempre, una buena ginebra seca, tónica, un poco de cáscara de limón, y nada de extras. Con lo que, resumiendo, y aunque muchos pongan el grito en el cielo, la nueva moda del gin tonic es para que pardillos como yo se gasten 18 euros en una copa que no les gusta con la promesa de que encontrarán la nueva panacea.
Así que agarraros, porque dicen que lo próximo será el vodka… iré ahorrando…