Pocos conocerían este barrio si no fuese porque alguna vez han asistido a un concierto en el cuartel del Conde Duque (allá cuando no teníamos niños y las noches no eran para descansar sino para vivirlas…(suspiro)). Sin embargo, entre sus enrevesadas callejuelas de alma castiza, en las que no es difícil perderse, hallamos un ambiente alegre e informal donde cabe toda la parroquia que ronda por los alrededores de la Plaza de España y la Gran Vía compartiendo espacio con el conocido y alternativo barrio de Malasaña.
Sus calles fueron testigos del riego de Carmen Maura por un limpiador una calurosa noche de verano en la película de Almodovar La ley del deseo, así como vio las andanzas de los personajes de Pérez Galdós en su obra Miau y más recientemente en El corazón helado, de Almudena Grandes.
Hace mucho tiempo que ya no toca la campana de la iglesia de Montserrat en honor al rey Felipe IV, y mucho más que los osos y jabalíes no pastan en la calle Amaniel, eso quedó en el pasado y apenas hay quienes saben de su historia. No tan lejos queda el recuerdo de la cárcel en la que un día el poeta Miguel Hernández compartía celda con el dramaturgo Antonio Buero Vallejo. Pero el tiempo ha querido dejar de lado esas páginas del archivo de la ciudad y dejar escrito el actual nombre del barrio en honor al cuartel y la calle que allí siguen impertérritos.
Fue mandado construir por el Conde de Miranda y el Duque de Peñaranda, antiguo propietario de estos terrenos y de algunos más, como en el que se alza en Palacio de Liria como residencia de la Casa de Alba, en la calle Princesa 20-22. Una interesante visita que pocos madrileños han realizado y que puede hacerse pidiendo cita (Tel. 91 547 53 02) y aguardando una larga lista de espera. Nos sorprenderá encontrar en su interior una importante colección de obras de arte pertenecientes a Rubens, El Greco, Zuloaga o Goya, quien pintó el retrato que allí se encuentra de la 13ª duquesa de Alba con su perrito faldero y que es una auténtica joya del arte.
El Cuartel del Conde Duque, ubicado en la calle del mismo nombre, fue construido en 1717 por Pedro de Ribera como cuartel de las Reales Guardias de Corps, una especie de guardia real. Sin embargo, tiempos más pacíficos y culturales lo han convertido actualmente en uno de los focos culturales principales de la ciudad, donde se montan conciertos, especialmente en los meses de verano, además de obras de teatro y exposiciones temporales. Hasta hace unos meses todavía se podían ver los andamios frente a su fachada fruto de su restauración, pero ahora libre de hierros ajenos a la construcción podemos contemplar perfectamente la belleza de su portada churrigueresca.
Cerca de allí, encontramos otro edificio dedicado al arte, el Museo ABC, en la calle Amaniel 29. Símbolo de modernidad y vanguardismo, se levantó en 2010 sobre el esqueleto de la antigua fábrica de cervezas Mahou para albergar exposiciones de ilustración y diseño. Sus grandes espacios y las líneas blancas minimalistas de su interior acogen más de 200.000 dibujos e ilustraciones publicadas en el diario ABC y la revista Blanco y Negro que bien merecen una visita.
Asimismo encontramos varias galerías de arte que ofrecen una interesante oferta cultural como la Galería Blanca Berlín, en la calle del Limón 28, dedicada a la fotografía o la Galería Movart, calle de Conde Duque 28, enfocada a la pintura y escultura.
Pero el Conde Duque también tiene un lado más frívolo y desenfadado, el que se vive cada tarde cuando cae el sol y despiertan las almas noctámbulas hambrientas de amigos, tapas y terrazas. La animada Plaza de la Comendadoras, junto al convento del siglo XVIII, extiende sus terrazas cada vez que el tiempo lo permite. No faltan algunos clásicos imprescindibles como el Café Moderno, en el número 1 de la plaza, La Taberna del Limón, en la calle aledaña o La Dichosa, con estupendas raciones para compartir. Preciosa es la terraza neoclásica de El Festín de Babette, en la Plaza de Cristino Martos 2, restaurante dedicado a la cocina mediterránea, no hay que dejar de probar los boquerones en vinagre de la Bodegas Rivas, en la calle de La Palma 61, y, si tenemos paciencia, a lo mejor podemos coger mesa en la terraza de la taberna El Maño, unos números más arriba en la misma calle. Para los más sibaritas resulta imprescindible hacer una parada en el restaurante Gabriel, en el número 10 de la calle Conde Duque, de cocina creativa y que se ha convertido en los últimos tiempos en uno de los puntos gastronómicos del barrio.
En los últimos años el barrio ha ido abriendo poco a poco algunas tiendas interesantes donde artesanos y amantes de las piezas y ropa de autor visten los escaparates más sugerentes de la ciudad. El ambiente bohemio ha tocado a cada una de ellas, por eso no es extraño encontrar bajo un antiguo cartel que reza “marisquería” se encuentre una tienda de bicicletas, o que entre estas calles se encuentre una de las tiendas más concurridas de la zona y que los amantes de las tendencias conocen como “pequeño tesoro”, La Peseta, en la calle del noviciado 9, quien bajo la firma de Laura Martínez vende bolsos de tela del mundo cosidos por ella misma, y cuya popularidad la ha llevado a trabajar actualmente junto a Marc Jacobs. Desde 1990 el Taller Puntera, ubicado en un callejón del Cristo, hace bolsos de cuero y cinturones a demanda. Es uno de esos sitios en los que uno puede pegarse un pequeño capricho. Tampoco falta el lado más cool, como la tienda Duke, en la calle del Conde Duque 18, dedicada a las deportivas del siglo XXI, de esencia skate o surfera.
Y, si eres de los que no salen de casa antes de que salga la luna, en el barrio Conde Duque podrás disfrutar de algunos de los sitios con más encanto de la ciudad. El mítico Café de la Palma, en la calle de la Palma 62, donde cada noche hay conciertos de lo más variopintos, El Jardín Secreto, en la calle San Bernardino 22, una encantadora esquina étnica donde se sirven desde ensaladas y platos del mundo además de uno de los mejores cócteles del barrio o el imperdonable restaurante Con 2 Fogones, en la calle San Bernardino 9, reducto de velas y música baja perfecta para enamorar o para enamorarse.